martes, marzo 20, 2007

Sobre la domesticación

Nina tiene menos de un año; su pelaje recuerda un pequeño tigre de Bengala desteñido, y su maullido suele evocar el llanto de un bebé. Tal vez no pese más de tres kilos y quizá sea esa la razón por la que los niños se consideran superiores a ella.

Lo que los niños ignoran es que Nina al nacer ya tenía todos los conocimientos que se requieren para sobrevivir en cualquier lugar; que su piel y sus garras la hacen más fuerte y autónoma que ellos, y que si acaso busca sentido a su existencia, no será para averiguar si la vida vale o no la pena. Ellos sólo ven a una criatura inferior que hay que reprimir como ellos son reprimidos por sus padres, y que evoca tanta ternura como para abrazarla en contra de su voluntad.

Lo que Nina ignora es que desde que nació, y pese a sus habilidades, viene de un linaje de esclavos. Y no solo ella, también todos aquellos seres que han sido seducidos por lo que los humanos llaman domesticación; ya que aunque tenga todo cuanto requiera, carece de algo que poseía en su hábitat inicial: La propiedad sobre sí misma. También ignora Nina que tiene más sabiduría que muchos humanos que han utilizado su libre albedrío para crecer en estupidez; aunque dichos humanos no tengan la sabiduría para reconocerlo.

El comportamiento de Los niños hacia Nina se extiende como un fractal (en el que el patrón que se repite es la toma de decisiones por aquél que se considera inferior), hasta una escala mundial, donde las naciones que se consideran más poderosas desean a su vez domesticar al resto del mundo, pasando por alto la "libertad de equivocarnos" de la que habló Gandhi. La diferencia es que a dicha escala el problema toma otra connotación: Aquélla nación cuyo objetivo principal es la protección de los intereses de sus habitantes por encima de los intereses del resto del planeta, sufre de un egoísmo infantil que más que ignorante, es malvado.

jueves, marzo 15, 2007

Sin tiempo

Miércoles en la noche. Mi cuerpo está rendido y mi mente ansía ir a dormir, pero un sentimiento interior me obliga a estar despierto. Escarbo la red tratando de encontrar lo que debo buscar, no lo encuentro. Trato de escribir, pero estoy demasiado cansado para escribir algo decente. Sólo improviso.

Recuerdo cuanto tenía cuatro años y tenía que esperar la eterna media hora antes de las cuatro de la tarde, hora a la que comenzaba Plaza Sésamo; ahora media hora se va en un fugaz suspiro. Estoy rodeado por muchos libros que no puedo terminar de leer, de proyectos inconclusos, de palabras por enlazar; y a pesar de tener escasos momentos de ocio no me queda tiempo y a esta hora mi cuerpo me pide a gritos que me vaya a la cama. Si mi subsistencia estuviera garantizada, haría exactamente lo mismo, por que este modo de vida es que me hace feliz. Aún si mi tiempo estuviera garantizado y conociera los días que me restan me la pasaría brincando entre líneas de código de lenguajes de programación, algoritmos, estructuras sociales, cine, literatura, diseño de muebles, administración, sistemas, procesamiento de imágenes y juegos de computador, celular o Palm, Eso sin contar con mis amigos y lo que comparto con cada uno de ellos.

Es el peso de ser efímero, y para no pensar en ello, voy a seguirle el juego a Morfeo.