viernes, agosto 25, 2006

Sobre las reglas

Entre los casetes y DVDs que dormitan en mi diminuta videoteca se encuentran dos de mis películas favoritas, cuyos títulos son similares pero distantes: Una vida sin reglas y Las reglas de la vida. Dichos títulos (y de hecho las películas) recuerdan que en muchos aspectos vivimos en una maratónica carrera hacia ninguna parte, pero con un miedo constante a no quedar rezagados, a no ser excluidos, a no ser aceptados aún cuando desconozcamos la razón por la cual estamos corriendo. Al parecer muchos conciben la vida con un único fin: Obedecer.

Estamos condenados a seguir los lineamientos que han definido las instituciones, la cultura, la religión, la familia, etc. Pero ¿hasta que punto cuestionamos las reglas que nos rigen? ¿Que pasa cuando los principios que han de garantizar nuestra libertad la cohíben? ¿Cuánto necesitamos de la sociedad, incluso del estado, y cuanto les damos nosotros para que se mantengan? Son sólo preguntas al aire que cada quien responderá en sus adentros. Me limito a decir que no es que obedecer nos haga felices, lo que ocurre es que no obedecer nos hace infelices; y si bien es necesario definir normas de convivencia para construír una comunidad, dichas normas deben sentar sus bases en al menos dos principios: Deben estar bien fundamentadas y deben garantizar la equidad. Quien sigue las reglas sin comprenderlas, es un esclavo del sistema.

sábado, agosto 19, 2006

El día después de la gripe

Mientras mi cuerpo se encarniza en la lucha silenciosa, y los leucocitos devoran el mal, pienso en el día después de la victoria, cuando el aire invadido de olores penetrará en mis pulmones sin obstáculos, mi sueño volverá a ser continuo y pesado, y al abrir la puerta de m casa en la mañana una explosión de destellos de luz iluminará mis retinas.
Aunque siempre agradezcamos por la salud, solo en la enfermedad recordamos lo significa no tenerla.

martes, agosto 08, 2006

La maldición de la memoria

Cada don viene acompañado de su lado negativo, quizá como complemento para equilibrar la ecuación de la vida, o bien para que el camino a la prefección no sea tan fácil. Por mi parte, pese tengo una débil memoria a corto plazo, su contraparte a largo plazo me sirve bien, pero también acarrea inconvenientes como:
  • No poder olvidar los sueños, planes o proyectos, aún cuanto tampoco los haya logrado realizar.
  • Ser el único que recuerda los secretos de los demás, aunque ellos los hayan olvidado.
  • Vivir en un presente permanente, pues el pasado siempre es reciente.
  • Mirar con nostalgia todos los instantes pasados como si hubiesen sido ayer.
  • No tener oportunidad de repetir errores.
  • Vivir en la soledad de recordar lo que ya nadie recuerda.
  • Ver crecer, mutar o enjevecer a todos los seres queridos, cuando nosostros seguimos siendo los mismos.
  • Tener presente la bitácora de vivencias compartidas con cada persona.
Ahora proyectemos estos inconvenientes por diez o quince años. ¿Acaso ello no justificaría mi excentricidad?. Si alguien sufre los mismos síntomas favor hacermelo saber; quizá logremos iniciar un club.

viernes, agosto 04, 2006

Sobre los riesgos del pasado

Cuando tenía 15 años conocí en una excursión a la mujer más bella que había visto hasta ese momento. Sus cabellos estaban formados de rizos dorados y sus ojos eran oscuros, le gustaban las excursiones y la naturaleza, y tenía una sonrisa encantadora que logró conquistarme con sus escasos catorce años. Ella representaba el ideal de lo que en aquella época era para mí una mujer, y quizá hubiésemos podido concretar algo, de no ser por tres inconvenientes: Ella desconocía lo que me inspiraba, sólo la vi dos veces y, yo ignoraba todo de ella excepto el barrio donde vivía, su nombre y el de su hermano. Confiado en el destino, aguardé por un tiempo su retorno a las reuniones de la defensa civil, pero no volvió; tampoco yo conocía lo suficiente a los que me pudiesen dar información sobre ella; así es que tratando de ayudar al azar, opté por la única alternativa viable que se me ocurría para encontrarla: Caminar cada atardecer que pudiera por las calles del barrio que ella habitaba, con la esperanza que la casualidad cruzara nuestros caminos.Pasaron los atardeceres de más de tres años y varias personas por mi vida, pero ella no apareció entre ellas; tuve que compartir mis primeras decepciones amorosas con el recuerdo triste del fantasma de una mujer que desconocía mi existencia. Del enamoramiento inicial había pasado a la idealización absoluta. Ya no recordaba su rostro, sus cabellos dorados, sus ojos y su sonrisa, y aún sabiendo que no existía, continué escribiendole un tiempo más, hasta una tarde melancólica en la que decidí no escribir más cartas, le agradecí por la persona en que me había ayudado a convertir y me despedí para siempre.

Aún hoy imagino como será ella, con una probable familia y con hijos; pero si las cosas hubiesen ocurrido de otra forma, no viviría el presente feliz que presencio, ni hubiese aprendido lecciones, como la paciencia, o el tratar de ser mejor para merecer a quien se quiere; mucho menos la lección más dura de aprender: No debemos contar con que habrá otra oportunidad. Quizá haya varias realidades paralelas, pero sólo somos conscientes de este presente, si de verdad queremos algo, hay que arriesgarnos ahora, de lo contrario, quizá nunca sabremos si lo hubiesemos conseguido.