Esa mancha comenzó a extenderse como una densa neblina entre mi y mis amigos después de los veinte años. Inicialmente apareció entre las conversaciones casuales en las que evocábamos el pasado; luego continuó minando nuestros sueños, nuestros deseos y esperanzas hasta hacer olvidar a algunos del valor de su unicidad para convertirlos un ladrillo más en el muro del sistema, transformándoles en adultos sin otro fin que sobrevivir para sobrevivir, mientras que yo me quedé atrincherado en la soledad de no poder envejecer, conservando la memoria colectiva de mi entorno.
Sin embargo de no olvidar surge la inmensa ventaja de ganar experiencia más rápido, de reconocer que un error sólo se comete la primera vez, por que la segunda es estupidez, y de comprender que de nada sirve leer cien libros al año y ver cincuenta películas, si doce meses después a duras penas se recuerda el nombre.
Llegará el día en el que el olvido llegue también a mi y mi memoria a a largo plazo se vuelva tan efímera como la de corto. Olvidaré dónde y de quien aprendí lo que sé y hablaré con palabras ajenas como si fueran propias; se perderán para siempre los recuerdos vividos con Hesse, Bach, Gibran y Becquer, Burton, Sabina, Booch y tantos otros maestros fortuitos. Ese día quizá comprenda y sea comprendido, pero mientras tanto me dedicaré a regocijarme con mis recuerdos.
Llegará el día en el que el olvido llegue también a mi y mi memoria a a largo plazo se vuelva tan efímera como la de corto. Olvidaré dónde y de quien aprendí lo que sé y hablaré con palabras ajenas como si fueran propias; se perderán para siempre los recuerdos vividos con Hesse, Bach, Gibran y Becquer, Burton, Sabina, Booch y tantos otros maestros fortuitos. Ese día quizá comprenda y sea comprendido, pero mientras tanto me dedicaré a regocijarme con mis recuerdos.