Percibo lágrimas secas en mi sórdida tristeza. Lágrimas por los que han muerto defendiendo ideales, por las luchas por la libertad y por la libertad agonizante para todo aquel que no pueda financiarla. Me pregunto si actuaríamos igual que los mártires de la justicia si estuviésemos en su lugar, o en cambio venderíamos nuestros principios por rescatar una vida sin valor. Desearía que en ese caso la rebeldía dejara de ser una elección para convertirse en una convicción, en una necesidad. Desearía que todos tuviéramos el valor de renunciar a todo si eso garantizara la justicia. Renunciar a todo, menos a la libertad, y al derecho a vivir dignamente y en armonía con el planeta.
Comparto mi ahogo con todos aquellos que en vano tratan de salir a flote del mar de la ignorancia que anula al individuo convirtiéndolo en un eslabón más de la cadena productiva. También comparto su creciente soledad; más siento pena por mi mismo, pues al mantenerme rodeado de gentes egoístas que sólo piensan en si mismos, me he contaminado un poco de egoísmo, olvidando que el amar y servir es lo único que me dará felicidad verdadera.
Con el tiempo comprendo más al mundo, pero menos me conmuevo. Lo que no sé a ciencia cierta es si lo que me insensibiliza es la reiteración de los mismos problemas, la impotencia ante la monstruosidad del sistema, o la insensibilidad de quienes me rodean. Esa insensibilidad se convierte en lágrimas secas en una tristeza que no alcanza a engendrarse.