Asomados tras el limpio cristal de centro comercial miran los ojos inertes del maniquí que luce los vestidos de la colección anterior junto con un letrero de saldos. A su lado, otro maniquí luce las prendas de la colección actual, tres veces más costosas, tres veces más nuevas.
Quienes opten por la colección de moda, desearán parecer como lo hace la mayoría, ser uno más del grupo, una ficha que se integra en el rompecabezas de la desintegración de la personalidad. otros, a riesgo de ser juzgadas o excluidas del grupo, optarán por la colección anterior, que si bien más económica, les permitirá camuflarse de los juicios colectivos por el tiempo de la duración de la prenda. Y finalmente están aquellos que optarán por ir a un almacén menos lujoso, donde verán las misma colecciones o similares, de la misma calidad, pero sin la marquilla que vale tres veces más que la prenda.
Lo que muchos pasamos por alto al momento de hacer las compras, es que el dinero con que pagamos es el producto de nuestro trabajo; del tiempo que hemos dejado de vivir para nosotros mismos, para intercambiarlo por dinero a las empresas para las que trabajamos. Es decir intercambiamos tiempo por bienes. El tiempo que dejamos de estar con familias, amigos o diversión. Si se tomara esa variable en la ecuación del consumismo, ¿el resultado sería el mismo?
1 comentario:
Retomando el ritmo doctor HeVilla, muy bien
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