Poco sentido tendría para un gato el ver a alguien sentado en un escritorio todo un día junto a un teléfono y un montón de papeles, pero como humanos reconocemos el valor de dicha actitud y el sentido de lo que representa. La mayoría (si no todos) de los actos humanos distintos a aquellos que manifiestan las necesidades básicas, han perdido la conexión con su finalidad, pues se convierten en eslabones pequeños de una cadena aún mayor que busca satisfacer un objetivo a largo plazo, que en últimas, continúa siendo la satisfacción de una necesidad básica. En el momento en el que surge la agricultura, ésta se convierte en un símbolo de la alimentación, pues aquél que desconozca el sentido de plantar semillas ignorará su finalidad; la elaboración de lanzas se convierte también en un símbolo para la caza, transformado más tarde en uno para la guerra.
Antes de nuestro triste divorcio con la naturaleza los elementos rituales de las culturas primitivas, desde la danza hasta los collares, tenían significados ahora incomprensibles para la ceguera de occidente, servían de canales místicos para contactar al Universo, para manifestar sentimientos, para lograr la comunión. El pensamiento occidental nos ha privado de aquella simbología nativa, pero nos regala constantemente una nueva, nuevos ritos aparecen constantemente y se generan también nuevos significados. Pero al parecer casi nadie parece interesado en cuestionar lo que esta cultura nos ofrece, como si todos aquellos productos culturales fueran benéficos por el simple hecho de ser promocionados. Se escoge la posición teológica como se escoge un equipo de fútbol, como se escoge la ideología política a seguir, como se escoge un paquete de papas fritas en el supermercado. Como si fuese necesario escoger o adherirse a un sistema de valores o creencias, cuando en realidad estamos en la capacidad de generar los propios.
Aquellos que trabajamos en la producción de tecnología dedicamos mucho tiempo para que nuestros usuarios gasten menos tiempo en el desarrollo de sus actividades, pero todo termina siendo tergiversado por la cultura, y el tiempo que debiera dedicarse a mejorar la calidad de vida se destina a ser más productivo, a seguir engordando la barriga insensata de la cultura, que corre como un caballo descabritado que desconoce su destino. Mientras tanto la humanidad va montada en este tren confiando en el camino que la cultura ha “escogido”, consumiendo todos sus productos, y generando prejuicios contra aquellos que no lo hacen. Tomando CocaCola si saber a ciencia cierta si es por que le gusta o por que es un producto estándar. ¿Cuántos significados hay en una reunión de amigos compartiendo un partido de fútbol frente al televisor, tomando gaseosa o cerveza y comiendo palomitas de maíz? De seguro hay más de un símbolo encubierto, como lo hay en cada actividad diaria, en cada frase que decimos. No necesitamos de tantos productos culturales transitorios para hallar el objetivo inicial. Reflexionar sobre la motivación de nuestros actos nos hará descubrir la riqueza que hay en ellos, la que hay en nosotros, lo que seguramente alejará la tendencia a ser influenciables, y por otra parte, nos ayudará a ser más felices.