Años atrás comencé a trabajar como desarrollador en una pequeña empresa de software. En esos momentos la ley del mínimo esfuerzo consistía en lo siguiente: Hacer las cosas bien desde el principio para no gastar energía corrigiéndolas, y evadir en lo posible responsabilidades innecesarias.
Hoy, exactamente Diez años después, estoy nuevamente en la misma empresa, pero el trabajo ya no es el mismo, yo ya no soy el mismo, y la consigna ha cambiado un poco: Hacer las cosas bien desde el principio para no gastar energía corrigiéndolas, y reparar los defectos en el sistema que amenacen su buen funcionamiento.
Inevitablemente el tiempo nos enseña a enfrentarnos al destino, a cambiar la indiferencia por coraje, y a recabar en las raíces de los árboles que nos soportan para retirar la maleza; y pese a que el trabajo nunca ha de ser el principal aspecto de la vida, sin lugar a dudas conforma el abono para crecer.
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