(Segunda Parte - Canales de Chat)
Es noche de martes, y la luna ilumina la noche pálida tras su eclipse. Un cansancio me cierra los ojos y dobla mi cuello, pero aún es muy temprano para recibir a Morfeo, así es que mientras preparo su bienvenida, terminaré con una
idea inconclusa que aún no termino de descifrar, con la esperanza que mis manos al recorrer el duro teclado, se conviertan en el instrumento para forjar las frases adecuadas, las mismas frases que bajo la complicidad del anonimato conversan en la soledad con las amigas imaginarias que viven al otro lado del cable.
En un capítulo de
Rayuela la Maga le dice a Horacio que él es un observador y que vé el mundo como si fuera una fotografía, o un cuadro en el museo, pero que no entra en él, no se compenetra; pues bien, Cortazar sabía que en ese sentido el mundo está lleno de Horacios. Yo soy uno de ellos (en ocasiones muy a mi pesar), y tengo la tendencia a parecer anónimo a menos que desee algo del medio que observo o que alguien necesite mi ayuda, pero eso está lejos de ocurrir en las salas de chat, a las que muy rara vez entro, y en las que me limito a observar la evolución de las conversaciones de los demás, lo cual puede parecer interesante y hasta divertido. Veo los infaltables insultos, las invitaciones constantes de un tipo que busca alguna chica lista que nunca le contesta (al menos en público) y la conversación usual de los parroquianos del chat. Quizá inconscientemente estoy buscando a alguien que me sorprenda, pero eso nunca ha ocurrido, de hecho, nunca hay nadie sorprendente, y si yo interactuara con los demás en un chat, yo no sería la excepción, por que ¿Qué se le pude decir a alguien cuya existencia es dudosa?.
Hitch decía algo así como que el 60% de la información que recibimos de alguien no es verbal, corresponde a los gestos y las actitudes, el 30% viene por la entonación, y sólo el 10% corresponde a las palabras. No me tomaré el trabajo de confirmar las palabras de Alex Hitchens, pero supongamos que sean ciertas y que mi recuerdo es al menos aproximado; ahora contextualicémoslo en una sala de chat: el 90% de la información que recibimos normalmente de la otra persona no está. Nisiquiera el tono o el timbre de la voz. No podemos confirmar que la otra persona es en realidad quien dice ser, aunque diga ser alguien conocido. Sin embargo la mayoría de las personas en un chat interactuán como si todos fueran de verdad (muchos desconocen incluso la presencia de
bots), se enamoran o al menos aparentan hacerlo, se molestan, o se alegran. Mi hipótesis respecto al vacío de información, es que cada quien se la inventa, aunque no sea conciente de ello. Si ella dice que es una princesa, él decide creerlo, si él dice que que la quiere o que la ama, ella lo creerá, por que desea creerlo. Otra cosa son las relaciones audiovisuales, pues son más cercanas a la realidad, pero no voy a hablar de ellas en esta ocasión. Un factor común en todas las relaciones virtuales es que todo será perfecto hasta que el aburrimiento llegue como una nube negra que con su lluvia borre las débiles huellas de aquella relación, por lo menos en la mayoría de los casos.
Para terminar esta reflexión seguiré haciendo suposiciones respecto a la pregunta implícita: ¿Qué motiva las relaciones virtuales por chat? Han de ser muchas cosas, pero resalto dos en especial. Por una parte la curiosidad que proporciona vivir en la sociedad de la información, en donde podemos conocer y escoger potencialmente a millones de personas, a diferencia de un par de siglos atrás cuando las débiles carreteras apenas llevaban los correos y mucha gente moría sin haber salido de su pequeño pueblo natal, lo que en mi opinión obligaba a muchos matrimonios a durar más tiempo del soportable. Y por otra parte aquella soledad inherente a nuestra civilización, que nos ha dejado vacíos de afecto y de tiempo para compartir, y aparentemente huérfanos del verdadero Amor al que en vano tratamos de suplir con sentimientos artificiales cual placebos. Sin embargo es indudable que la red nos acerca, incluso es posible tener amigos que tal vez nunca conozcamos personalmente, o hacer nuevos amigos que nunca esperamos encontrar (como alguien a quien conocí hace poco por Messenger) y hasta crear lazos de complicidad basados en el anonimato mutuo; y aunque la distancia haga frágiles este tipo de relaciones, como en todas las demás se requieren de al menos dos elementos: Suerte para encontrar a la otra persona y Voluntad para mantener la relación. El primér elemento es el más dificil de conseguir, el otro como siempre, depende de lo que deseemos. Por hoy no me extenderé más, y espero soñar con mis amigas imaginarias. Morfeo toca a mi puerta...