miércoles, marzo 01, 2006

Sobre la nostalgia

El tiempo se dilata como un resorte, aguardando el momento de mayor tensión para volver a completar un ciclo y reiniciar el compás imperceptible de la vida. Todas las experiencias actuales se sumergen en un ritmo lento, y yo mismo siento que me muevo más despacio. En el lento fluír de los actos, sólo hay lugar para la reflexión, que acude de forma inevitable en todo momento, y tras su velo surge la nostalgia en el tiempo nuevo que aparece entre los instantes estirados; esa nostalgia que que no hiere pero entristece y que llena de grises el sol radiante; la nostalgia del pasado de esta vida, y la nostalgia de las vidas que nunca se han vivido. La nostalgia de la princesa que nunca llegó, o la nostalgia aún peor de la princesa que llegó y se fué. La nostalgia de un mago escondido en un bosque encantado, la nostalgia de luchas sangrientas en guerras pasadas, de un lugar pacífico y aíslado de la civilización, nostalgia de familias perfectas, de sueños realizados.

La nostalgia que producen uninvited, wish you were here, I'd do anything for love (but i won't do that), ó sin tu latido; aquella de my inmortal, de eclipse de mar y la de alone, de esperanzas, de si algún día la vez, incluso de la every rose have this thorn, todas entremezcladas tratando de inventar recuerdos nuevos y de revivir a los muertos, cargadas de días lluviosos con zapatos enlagunados, de fríos atardeceres perdidos en busca de una amada. La nostalgia de un principito añorando a su rosa, de un Lobo Estepario enamorando una Armanda, de un Tagore cantando a sus hijos, de la lluvia de Borges, de todos aquellos recuerdos amados que se entremezclan con los olores de la niñéz.

Nostalgia, ese "dolor nuestro" que sentimos al vivir en un mundo extraño, aunque el propio sea un sueño. La nostalgia de la perfección no alcanzada, de la conciencia opacada, de la razón no encontrada, de la belleza olvidada, de la esperanza perdida, de las ideas agonizantes, de los momentos desperdiciados. Dicha nostalgia es la que ahora me arropa mientras estoy dormitando en el borde del abísmo, esperando el momento de máxima elongación del tiempo en el que repentinamente los relojes recuperen su velocidad habitual para comenzar un nuevo ciclo afortunado, en el que el flujo de las ideas se sincronicen con los latidos del corazón y la montaña rusa recobre el momento del decenso.

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