jueves, febrero 16, 2006

Sorpresas anónimas

(Un mundo de PNJs)

M
añana soleada en el bus que me lleva a la oficina. Me distraigo viendo los árboles a través de la ventana enpolvada. A mi lado se sienta alguien sin que yo lo note, después se marcha como llegó, vuelve alguien más, y nuevamente se desvanece sin que yo me entere. El mundo se reduce a unas cuantas decenas de rostros conocidos, algunos inmensamente queridos, otros apenas reconocibles. Me ahogo en reflexiones y me pierdo entre las hojas de los árboles, en los ruidos de la ciudad, entre los vapores de la mañana; como camaleón, me confundo entre las multitudes.

Diariamente navegamos en mares de gentes, de rostros. Tan anónimos para nosotros como nosotros para ellos. Sólo somos conscientes de los coprotagonistas de nuestra historia, y ni siquiera sabemos a ciencia cierta cuanto les cuesta a ellos nuestra compañía; tampoco saben ellos los afanes que pasamos por acudir en su ayuda. En muchos casos el mundo es totalmente "transparente al usuario final"; en dichos casos el agradecimiento es un lujo.

Pero también estan las sorpresas anónimas, como la chica fugaz de la que estuve enamorado secretamente toda mi adolescencia y cuyo fantasma, definió mi personalidad. O del extraño que dice la frase o palabra justa en el momento indicado, consciente o inconscientemente. O la alegría repentina que produce la belleza de unos ojos, de un cuerpo, de una sonrisa. La expontaneidad de un niño. Y la tranquilidad que produce la paz ajena, cuando estamos dispuestos a verla.

Mañana fría en el bus que me lleva a la oficina. Súbitamente recobro la conciencia y veo a mi lado un anciano que no identifico. Percibo sus ojos inertes de pensamientos que miran al vacío, y de repente veo en él a un amigo que no conozco, hecho de los mismos materiales que yo, forjado en el mismo mundo de sensaciones y conceptos. Me conmueve su existencia y mis mejores deseos se escapan sobre él; sobre él y sobre la señora robusta con traje rojo de la banca de al lado, sobre la pareja del frente, sobre el hombre que conduce el vehiculo, sobre los demás pasajeros. Por un instante el tiempo se detiene. Un montón de seres anónimos dejan de serlo para entrar en mi mundo aíslado y desempeñar un papél encantador: inundarme con amor hacia ellos, y hacerme añorar de repente conocerlos mejor, a sus vidas, a sus sueños; ingrésan al juego de mi vida como coprotagonistas estelares. Me regalan un instante de vida y ellos se llevan mis bendiciones, sin saberlo.

1 comentario:

: ) dijo...

Hermoso , me alegra haber encontrado tu blog !